miércoles, 24 de junio de 2009

Despolitizar la política o politizar la sociedad


Por Daniel Rosso, Ex subsecretario de Medios de la Nación

Francisco de Narváez habla sereno, intimista, a cámara. El pronunciado primer plano no permite ver a sus interlocutores. Estos aparecen luego, en otros planos. Vemos a un señor tomando mate que lo escucha por la radio. Al lado, un niño con boina. Luego, una serie de hombres y mujeres que miran, concentrados y reflexivos, hacia un fuera de cámara donde –no es difícil deducir– hay pantallas televisivas. Los protagonistas del spot “El plan es cambiar” de De Narváez son consumidores de medios. Y, como tales, aparecen escuchando la radio o atentos ante las pantallas televisivas. En otro spot, jóvenes seleccionados en prolijos casting caminan por calles vacías increpando a miles de ciudadanos escondidos detrás de persianas cerradas. Irritados, nerviosos, los instan a participar, para que no “nos roben el voto”. Por supuesto, esa gente, detrás de las persianas cerradas, está asustada. Es sabido: el espacio público ha sido tomado por los delincuentes. Pero, de paso, esa gente encerrada mira televisión. Desde los años ochenta a la actualidad mucho se ha escrito sobre la relación entre política y medios. Se ha insistido con que la política se fue trasladando desde las calles hacia los medios. E, incluso, se ha dicho que cuando retorna a las calles lo hace a través de los medios. Así sucedió en los tramos más álgidos de la disputa por la aprobación de la resolución 125, cuando los medios concentrados pusieron sus cámaras en las calles para alentar la salida de caceroleros y otros sectores medios nerviosos y embarcables en una intermitente militancia delivery. La cacerola ilustra bien este modo específico de movilización activado por los medios desde el interior profundo de la esfera privada. Se trata de la señora o el señor que mira TV en su living y, de pronto, encuentra un estímulo para salir a la calle. Toma un instrumento disponible, por ejemplo una cacerola, en el camino agrega una cuchara o cualquier cosa a mano. Son utensilios del ámbito privado, muy lejos de los bombos y los redoblantes, los clásicos instrumentos militantes del espacio público. Se trata de un activo militante de crisis que nace y se reproduce en el ámbito privado. A ellos les está hablando De Narváez. Por eso, los protagonistas de sus spots son consumidores de medios. El empresario sabe que los tiene del otro lado de las pantallas, pero decide ponerlos también dentro de las pantallas, como protagonistas del spot. Por supuesto, dentro del spot aparecen escuchando a De Narváez. Así, el empresario televisivo dispone que la gente lo escuche dos veces: dentro del spot y en las casas cuando miran el spot. Y cuando los muestra movilizados, lo hace en la lógica de esa militancia intermitente que nace y se reproduce en la esfera privada: militantes de un día, el de la votación, que luego vuelven a sus ámbitos privados a mirar televisión. Es también lo que sucede en el último spot, donde una multitud corre por las calles hacia los lugares de votación. El origen del maratón es espontáneo, no hay historia política de esa movilización. También, infaltable, se muestra una pantalla televisiva desde donde se observa la rara épica ciudadana de miles corriendo a votar. Es la política fluyendo leve y localizada, en la superficie, despolitizada. La publicidad de Kirchner-Scioli también recurre a la gente, pero la ubica en otra posición. Los protagonistas de los spots hablan –a través de carteles o contando su experiencia personal– desde las calles, desde la puerta de su casa, desde su lugar de trabajo. Son protagonistas que se mueven en el espacio público. No están escuchando pasivamente. Hablan, opinan, relatan. También, Kirchner, en sus caminatas, en sus recorridos por los barrios, aparece rodeado de miles de personas. Incluso se zambulle literalmente en la gente. Son dos modelos de pensar la comunicación. Y de pensar al ciudadano. El que expresa Durán Barba, que se resume en despolitizar la política. Y el que expresa Néstor Kirchner, que consiste en politizar la sociedad. Esto también se elige el 28 de junio.

domingo, 21 de junio de 2009

“Sabía que lo iba a encontrar”

Después de conocer a su hermano desaparecido por casi 30 años, Emilio cuenta la pesquisa que hizo a través de dos continentes y la emoción del primer encuentro: “Me reconocí a cada anécdota, a cada mirada”, dice.

Emilio Goya tiene 33 años, dos hijas y dos hermanos. Uno de ellos estuvo desaparecido durante casi treinta años y la semana pasada recuperó su identidad. El miércoles, las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron el hallazgo de Jorge Guillermo Goya, hijo de Lourdes Martínez Aranda y Francisco Goya, pero Emilio, que lo había buscado en Argentina, México y España, prefirió no participar del anuncio público. Acababa de conocerlo y preservar esa relación era –y es– su prioridad. Aplacada –sólo un poco– la conmoción emocional, Emilio habla de aquella pesquisa que hizo por dos continentes, de su papá, del proyecto colectivo que representaba y de la satisfacción que le produjo el encuentro con esa persona que, aunque estuvo lejos por décadas, se reveló como un viejo conocido. “Me reconocí a cada segundo, a cada anécdota, a cada mirada”, dice.

Jorge Guillermo nació en España. Su papá estuvo detenido durante el gobierno de Isabel Perón y en diciembre de 1975 se exilió en Perú. De allí partió a México, donde conoció a María Lourdes, y luego a España. Decidió volver a la Argentina en 1980, en el marco de la operación de Contraofensiva organizada por Montoneros. Fue secuestrado en la frontera, tal vez en Paso de los Libres, junto con su mujer y el pequeño Jorge Guillermo. En el Chaco había dejado a los dos hijos que tuvo con su primera esposa.

En la adolescencia, Emilio, el menor de aquellos dos hijos, se internó en la búsqueda de su papá, su historia y su destino. La meta fue luego dar con ese hermano que nunca había visto y del que sólo tenía algunas referencias por las cartas que había recibido de su padre en el exilio. El objetivo se cumplió la semana pasada. El encuentro del joven secuestrado cuando era un niño se convirtió en el inicio de un camino íntimo que ahora transitan Jorge Guillermo, Emilio y el resto de su familia. Por eso, Emilio prefiere guardar los detalles sobre la actualidad de su hermano o datos acerca de con quién vivió durante todos estos años.

–¿Cuándo te enteraste que habían localizado a tu hermano?

–Me enteré el mismo lunes. Tal vez unas pocas horas antes que él, por vía del juzgado. El encuentro quiero mantenerlo en la intimidad por un tiempo. No son temas sencillos. A mí me pasan un montón de cosas súper fuertes pero seguramente no tienen ni punto de semejanza con lo que pasa del otro lado. Hablamos mucho de respetar la intimidad del otro.

–¿Cómo fue la búsqueda de todos estos años?

–Dificilísima. Muy dura.

–¿Recorriste varios países?

–Empecé en el 2001, en junio. Antes había recabado la información desde el Chaco. Con los ex detenidos, con las personas que conocieron a mi papá, que estuvieron con él en el exterior.

–¿Cómo es la historia de tu papá?

–Cae preso en 1975, durante el gobierno de Isabel. Lo involucran en algo en que es imposible que haya estado involucrado, en la muerte de Víctor Sánchez, un asesino de la Triple A. Cae por eso y sale sobreseído en diciembre de ese año. Sale con la opción y se va a Perú, ahí se queda unos pocos meses. Después se va a México, se queda todo el ’76, ’77 y creo que a fines del ’77 o principios de 1978 conoce a María Lourdes, la mamá de Jorge Guillermo. A Perú se va con un grupo de siete u ocho compañeros con una mano atrás y otra adelante. Con las pocas moneditas que tenían se ponen a hacer empanadas y a vender en las plazas. Las empanadas no se conocían en Perú todavía. Hicieron una especie de comando de empanaderos y lograron juntar en cuatro meses la plata para siete pasajes a México. Igual les alcanzó justo y juntaban hasta los utensilios del avión. En 1979 se fue a España. En 2000, apenas logré juntar un dinero, viajé a México para empezar la búsqueda. Nosotros teníamos muchas cartas de mi papá en el exilio. Sabíamos por carta que Jorge Guillermo había nacido. Hay cartas que no llegaron, pero tengo postales que firman Luis, Lulú y Guillermo. A ellos los secuestran entrando en frontera, todo indica que en Paso de los Libres. Hay un papel que saca Víctor Basterra de la ESMA donde mi papá y María Lourdes aparecen en unos listados secuestrados en Paso de los Libres. Sé que entraron al país, pero después no sé qué más pasó. No se sabe nada, nadie más los vio.

–¿Pensabas que Jorge Guillermo había nacido en México?

–Sí. Pero allá confirmé que había sido en Madrid. Doy con el acta de nacimiento en la embajada mexicana en España, que la tenía la familia materna. Ahí me cambia el eje. Hasta ahí buscaba recomponer el exilio de papá, pero a partir de ahí paso a buscar a la vida, al pibe, porque tuve la certeza de que nació y dónde nació. Después pude ir a Madrid con un viaje que salió por HIJOS. Fui a la casa donde ellos pararon, fui a Puerta de Hierro. Tuve la suerte de encontrar buena gente, a Virginia Barrios, que laburó con mi viejo y que me llevó a su casa y me adoptó como su hijo, y a Natalia Slepoy –hija de Carlos– y su compañero Andrés Chacón, que me hospedaron y me contuvieron, y a mucha otra gente que me ayudó. En mi viaje a España me dio una mano Jorge Capitanich, que en esa época era jefe de Gabinete. Me atendió mal, en medio del lío que era el país, pero después me dio una mano grande. Después, me encontré en Parque Norte con Néstor Kirchner recién asumido, fui a hacerle fotos a un diputado nacional electo y me importó un pito el diputado, pero le llevé un pañuelo de HIJOS a Kirchner y cuando logré su atención le planteé mi situación. Me atendió al día siguiente. Tengo una anécdota divertida, porque me atendió (el secretario de la Presidencia) Oscar Parrilli y yo no sabía quién era y lo ninguneé. “A mí me dijeron que me iba a atender el Presidente”, le dije. El me miró y me dijo “¿sabés quién soy yo?”. Y yo le dije “no sé ni me importa, yo lo quiero ver al Presidente, estoy cansado de ver gente en el medio que me dice que me va a ayudar y no me ayuda”. El me miró muy fuerte, muy ofendido, me parece, y me dijo: “Mirá, nene, si vos estás en esta oficina es porque el Presidente quiso que se te dé una mano y acá se te van a solucionar tus problemas”.

–¿Dudabas o estabas convencido de que ibas a encontrar a tu hermano?

–Estaba convencido. Cuando tuve la certeza de que había nacido y empecé a buscarlo sabía que lo iba a encontrar. En España di con la clínica donde nació, con la casa donde vivió los pocos meses que estuvo. Hice toda la investigación solo, con la ayuda psicológica de mi mamá y mi otro hermano por teléfono.

–Y, si se puede contar, ¿te reconociste en cosas de Jorge Guillermo?

–Fue increíble. Me reconocí a cada segundo, a cada anécdota, a cada mirada. Somos de la misma sangre indudablemente. Hay muchas cosas que demuestran que llevamos genes propios de la familia de mi papá. Desde las anécdotas más íntimas hasta las más tontas. Las similitudes son increíbles. También tiene un gran parecido físico y pudimos contarnos cosas que nos pasaron en común. Vivimos cosas parecidas durante la infancia. Me sentí muy reflejado. Tuvimos un buen contacto, nos conocimos mucho. No quiero contar nada que tenga que ver con la intimidad. Puedo decir que es una persona increíble. No porque sea mi hermano, los que me conocen saben que yo no le chupo las medias ni a mi mamá, pero no conocí un ser humano parecido a Jorge, con todo lo que estaba pasando... la cordura, la verdad que me deslumbró. Cuando podamos entender y comprender que hubo toda una generación que se jugó la vida por lo que pensaba y por el colectivo, por todos y cada uno de nosotros, nos vamos a poder poner a la altura de las circunstancias que vivimos. A él lo vi a la altura de las circunstancias que estaba viviendo. Pero mi hermano me deslumbró, me dejó de cama, muy impresionado. También el juez (Ariel Lijo) estuvo a la altura de las circunstancias. Odio a los abogados, me parecen unos chupasangre, pero él se portó muy bien, me saco el sombrero.


fuente: pagina/12

viernes, 5 de junio de 2009

Capitanich inaugura esta noche el acueducto entre Fontana y Puerto Tirol

El gobernador de la provincia, Jorge Capitanich, recorrerá distintos sectores de la localidad de Fontana a partir de las 18, no solo visitando la ejecución de obras en la zona sino que llevará adelante una serie de inauguraciones, entre ellas el acueducto desde esa ciudad hasta Puerto Tirol.

De esta manera la recorrida comprende las obras de pavimentación en la avenida que conecta a Fontana con Resistencia, estará observando los trabajos del Plan Redes Maestra de agua e inaugurará la Sala Informática y el muro perimetral de uno de los establecimiento educativos., también habilitará el Centro de Gestión de Usuarios de Secheep.
El acto más importante es a las 20, con la inauguración del acueducto Fontana – Puerto Tirol.

fuente: http://www.diarionorte.com/